007: licencia para cifrar
Boletín Enigma nº 4 1 Junio 2002
Ult. rev. 06-01-2023
Si alguien está acostumbrado a las cifras y códigos secretos, ese debe ser el agente secreto, espía o como queramos llamarlo. Ya en la primera entrega de las aventuras de 007, nuestro agente secreto favorito tiene que evitar que Spectra se apodere de una máquina de encriptación soviética. Otras películas de esa serie tienen una temática similar: el enemigo ha robado una de nuestras máquinas criptográficas, o nosotros tenemos que robar una, o alguien tiene escondidos unos códigos que el mundo libre necesita.
El creador del agente 007, Ian Fleming, es de sobra conocido en todo el mundo. Lo que no todos sus fans saben es que en un tiempo él mismo trabajó para el servicio de inteligencia británico, y que su personaje era una protesta contra el mundo deshumanizado de los espías. El público no lo advirtió así, y James Bond es ahora un héroe de la pantalla, igual que don Quijote comenzó como sátira sin pretensiones y ha llegado a la categoría de mito.
Sin embargo, antes de que Bond y sus martinis batidos -no agitados- naciesen en la mente de su autor, éste se hallaba muy ocupado en una lucha épica que solamente ahora conocemos. Viajemos al año 1940. En aquella época, Fleming era asistente del Director de Inteligencia Naval británico. Los submarinos alemanes comenzaban el bloqueo de las islas, y Hitler dominaba el continente.
Ahora sabemos mucho de los esfuerzos aliados por romper los secretos de la máquina de cifrado alemana Enigma. Sabemos, por ejemplo, que fue un factor determinante en la batalla del Atlántico. Pero, en contra de lo que ahora pudiera parecer, ni los ingleses eran anormalmente listos ni los alemanes eran bobos de capirote. El desciframiento de mensajes cifrados con la máquina Enigma era labor lenta y tediosa, y no había una manera sencilla de conseguirlo. Nada de abracadabra, un par de pases mágicos, y mensaje descifrado.
En particular, la Enigma naval era particularmente resistente. No solo tenía rasgos que la hacían más segura que la versión del Ejército, sino que la Kriegsmarine sabía usarla. Los operadores de radio navales tomaron todas las precauciones imaginables, y el funcionamiento de estos aparatos se acercó a la perfección tanto como les fue posible. La única solución al alcance de los aliados consistía en capturar una copia de las claves alemanas. Pero ¿cómo? Cualquier comandante de un buque de guerra sabe que, en caso de hundimiento o abordaje, lo primero que hay que hacer es destruir los códigos.
La solución vino de la mano de Fleming. En Septiembre de 1940 propuso a su jefe un audaz plan digno del mismísimo James Bond. El plan consistía en conseguir un bombardero alemán, ponerlo en vuelo y estrellarlo en mitad del Canal de la Mancha, cerca de algún barreminas alemán. Cuando los incautos marinos alemanes acudiesen al rescate, se encontrarían con que en el avión les esperaría un comando de asalto británico, los cuales asaltarían el buque y lo llevarían a un puerto inglés. Si se llevase a cabo como estaba planeado, los alemanes no sabrían que sus claves habían caído en manos enemigas, y los aliados podrían leer todo el tráfico de mensajes navales durante uno o dos meses.
Pero el plan no quedaba tan bien fuera del papel. El piloto del avión (un Heinkel 111 capturado) dudaba de que el avión fuese a hundirse. Y suponiendo que no fuese así, se preguntaba cómo podrían unos hombre zarandeados por el vuelo, estrellados en el mar, helados y en estado de shock podría saltar al barco y capturarlo con la rapidez necesaria para que la tripulación no tuviese tiempo de dar la alarma.
A pesar de ello, el plan siguió adelante. Los riesgos de la operación (denominada "Ruthless", despiadada) se sopesaron y se contrastaron con las ventajas potenciales si tuviese éxito. Se preparó el avión, la tripulación y el piloto, y se esperó la ocasión propicia. Pero esa ocasión nunca llegó. Los alemanes no tuvieron la delicadeza de dejar un barco en una zona adecuada y en condiciones en las que pudiese ser abordado. Finalmente, la operación tuvo que ser cancelada.
Eventualmente, los aliados se las arreglaron para abordar algunos navíos alemanes y capturar sus claves y libros de códigos. No pudieron leer todo el tráfico naval Enigma, pero las claves que consiguieron les permitieron proteger sus convoyes durante algunos meses críticos. La primer aventura de Fleming fracasó. Así que luego se vengó inventando un personaje inderrotable, que salía victorioso en todas las contiendas.
Con todo, no me imagino a James Bond asaltando un submarino alemán para capturar sus códigos. Tal vez pudiese conseguirlo, pero ¿de dónde sacamos una chica Bond en medio del Atlántico? ¿Y el Dom Perignon, lo ponen los alemanes o se lo dejamos a enfriar en Bletchley Park?